Revisión Bibliográfica
Escuela Mercantilizada, Niñez
Evaluada
Mercantile School, Childhood Assessed
Centro Saberes Docentes, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad
de Chile;
Javier Álvarez Vandeputte y Carola Hidalgo
Campos
Pontifica Universidad Católica de Chile.
La
correspondencia sobre este artículo debe ser dirigida a José M. Olave Astorga
Email: jose.olave@uchile.cl,cdhidalg@gmail.com,j.alvarez.v@hotmail.com
Fecha de recepción: 15 de mayo de 2019.
Fecha de aceptación: 16 de julio de 2019.
¿Cómo citar este artículo? (Normas APA): Olave Astorga, J.M., Álvarez Vandeputte, J.,
&. Hidalgo Campos, C.
(2019). Escuela Mercantilizada,
Niñez Evaluada. Revista Científica
Hallazgos21, 4(2), 221- 239. Recuperado de
http://revistas.pucese.edu.ec/hallazgos21/
Resumen
El presente artículo explora el impacto de la
escuela pública en el contexto neoliberal, así como la multiplicación de
dispositivos evaluativos en el sistema escolar que actúan sobre las subjetividades
de niños y niñas en Chile. Por subjetividades de la niñez entendemos su
configuración, gestión y modos de agenciamiento en la escuela en un proceso que
define a la niñez como “sujeto pedagógico”. Este fenómeno ve tensionado la
perspectiva de los derechos del niño por una escuela evaluada bajo parámetros
mercantiles. Finalmente, en la niñez evaluada, categoría que deductivamente
proponemos, se explora su impacto sobre la subjetividad de niños y niñas.
También se presenta como hallazgo la aceleración del tiempo de la niñez para
asegurar un rápido paso hacia seres adultos productivos.
Palabras Clave: niñez; neoliberalismo; sistema
escolar; subjetividades; evaluación.
Summary
This article explores the impact of the public
school in the neoliberal context, as well as the multiplication of evaluative
devices in the school system that act on the subjectivities of boys and girls
in Chile. By subjectivities of childhood we understand their configuration,
management and modes of agency in the school in a process that defines
childhood as a "pedagogical subject". This phenomenon sees the
perspective of children's rights stressed by a school evaluated under
mercantile parameters. Finally, in the evaluated childhood, the category that
we deductively propose, we explore its impact on the
subjectivity of boys and girls. The acceleration of childhood time is also
presented as a finding to ensure a rapid transition towards productive adult beings.
Keywords: Childhood;
neoliberalism; school system; subjectivities; assessment.
Escuela Mercantilizada, Niñez Evaluada
Problematización
Jorge Gonzales, líder de la banda Los prisioneros,
compuso El baile de los que sobran
para el disco “pateando piedras” de 1986. La canción es un lamento sobre la promesa fallida de la educación chilena.
Habla de su experiencia y la de sus compañeros cuando cursaban los 12 juegos
(niveles educativos) donde, a cambio de oír los consejos del profesor y de
jugar a estudiar, la escuela prometía el futuro. Al final, dice Gonzales, El futuro no es ninguno/De los prometidos en
los doce juegos. Sus amigos terminaron
bailando y pateando piedras
El baile de los que sobran permite
analizar la construcción de la niñez y de la juventud en chile a partir de la
escolarización masiva que vivió el país en los últimos 40 años. En ese sentido,
en la letra de Gonzales hay elementos que podemos ubicar en la literatura
especializada, por ejemplo, en “Los herederos, Los estudiantes y la cultura” de
Bourdieu y Passeron (1988). La imagen de
que son “otros” los que se llevaron “esa cosa llamada educación” que recuerda
el análisis de los franceses donde el sistema educativo reproduce y refuerza
las desigualdades sociales de origen, y aquello se experimenta como algo
“natural e irreversible”. El baile de
los que sobran nos retrotrae también a la Pedagogía del oprimido de Paulo
Freire (1969): La escuela produce en los oprimidos una mentalidad básica y
precaria, concentrando en los opresores las herramientas necesarias para
controlar el poder y la producción. En ese sentido la canción quiere
desenmascarar el verdadero sentido de la educación, su funcionalidad en un
orden social desigual y de privilegios. Está dimensión se analiza en
profundidad en el apartado Escuela
pública y Estado neoliberal. Se discute ahí los efectos segregadores (Bellei,
2015; Valenzuela, Bellei, & De los Ríos, 2008) de un sistema educativo
ajustado a la administración neoliberal que ha privatizado lo público, con ello
su sistema escolar (Ruiz, Reyes, & Herrera, 2018); junto con la
privatización de la promesa de movilidad social, donde los estudiantes junto a
sus padres deben optar por una escuela mercantilizada (Falabella, 2015), para
aspirar a la promesa de movilidad social (Olave & Vélez, 2016).
La segunda dimensión guarda relación con el hecho de
que, si bien existe una educación para ricos y para pobres, en ambos casos la niñez se constituye como sujeto
pedagógico. Justamente, El baile
de los que sobran habla de las emociones -esperanza y frustraciones- que
experimentan niños y jóvenes en la escuela pública mercantilizada. Pero la
historicidad que conduce al sujeto pedagógico es anterior al neoliberalismo; es
una preocupación de la modernidad que todos los niños sean escolarizados y
tengan educación de calidad. Que todos los talentos encuentren destino. Este punto lo analizamos en el apartado Niñez
y Orden Generacional.
La intersección de ambos es el niño y niña como sujeto
pedagógico de la escuela mercantilizada.
Este tema lo analizamos en los apartados Escuela Evaluada y Niñez Evaluada.
Esta vinculación es un lugar desde donde no se ha reflexionado y donde las
diferencias entre posturas críticas, progresistas, liberales y conservadores se
desdibujan. Observamos coincidencia en la necesidad de más evaluación para
alcanzar calidad ¿qué efectos tiene esta decisión sobre la subjetividad de
niños y niñas? Nuestra tesis es hay nuevas articulaciones entre deseo,
expectativas y derecho a la educación. Creemos que una de sus principales
características es que se desdibujan límites y distancias entre la
experiencia-de-ser-niño y las subjetividades adultas. Al igual que ellos, los
niños deben remitir su vida -éxitos y fracasos- a su propia individualidad,
aspecto que también es fácil de observar para el mundo adulto. Postulamos que el
estado de evaluación permanente que vivimos en la actualidad en nuestros
sistemas educativos describe a una escuela que no se entiende sin
calificaciones. Este fenómeno va acompañado de un proceso de auto examen
permanente, trasladando el eje de responsabilidad al niño y la niña, como un
proceso omnipresente de gestionar la propia vida.
Este
artículo tiene orientación exploratoria, que utilizó una estrategia
metodológica flexible. Para el apartado Niñez
y Orden generacional y Escuela
pública y Estado
neoliberal se realizó una revisión y sistematización de los
principales hallazgos de la literatura especializada. Se cruzan fuentes
teóricas, empíricas e históricas. Para el apartado Escuela Evaluada, además de la revisión de literatura especializada,
se realizó una sistematización de las leyes y políticas públicas que han
introducido y ampliado las prácticas evolutivas en la escuela. Considera, además,
la revisión cronológica de pruebas estandarizadas en el sistema educativo chileno,
las normativas que acompañan esta instalación, junto a las instituciones
creadas con el fin de gestionar y garantizar un sistema complejo de
aseguramiento de la calidad escolar. Los datos permiten visualizar la
centralidad que van adquiero los dispositivos evaluativos en el sistema escolar
chileno. El último apartado, Niñez Evaluada
es una reflexión teórica sobre los efectos, subjetivos y ontológicos, de la
hiper evaluación de la niñez. Se trata de un ejercicio especulativo a partir de
una tendencia histórica identificada.
Método
Para este artículo se consultaron los repositorios
de Tesis Doctorales Teseo, como también repositorios de Universidades
Latinoamericanas. Además, se revisaron repositorios de revistas científicas
abiertas como Raco, Dialnet, SciELO España, CSIC, EBSCO, Thomson Reuters, Latindex, Doaj y Redalyc. También
se incluyeron editoriales especializados en educación y humanidades; esta
última búsqueda fue orientadas por los indicadores de calidad de Scholarly Publishers Indicators. La presente revisión se realiza bajo los
criterios de pertenencia al tema de evaluación, construcción social de la niñez
y subjetividades de la niñez, así como también la actualidad de los estudios
presentados.
Niñez y Orden Generacional
Nuestro
objetivo es acercarnos a la subjetividad de
niños y niñas en el Chile contemporáneo. Para
conducirnos en esa dirección,
presentamos algunas claves conceptuales. Lo primero es constatar
qué significa
la niñez y cómo esta se materializa. Categorías
generacionales o “clases de
edad” (Bourdieu, 1988) como “niño”,
“niña”, “joven”, hacen parte de un
“orden
generacional” (Klaus, 2012). Las categorías generacionales
no son
independientes unas de otras. La niñez es siempre el reverso de
la adultez:
Así, ya sea en su pureza, inocencia, fragilidad, espontaneidad o
capacidad de
fantasía, o ya sea en su inmadurez, dependencia, irracionalidad
e
incompetencia, el niño se constituye como el “otro”
del adulto” (Chávez, 2017).
El orden generacional es un campo en el que se
tensionan y disputan los consensos básicos sobre las distintas categorías
generacionales. ¿Qué es lo que se disputa? Los espacios, saberes, necesidades y
rituales destinados a la niñez. Cómo transitar, de manera óptima, al mundo
adulto (Wintersberger, 2006). Cómo, dónde y con quién
debe desarrollarse la niñez. Se trata de debates doctrinarios, ideológicos,
religiosos y científicos respecto de la circunscripción de la niñez a
instituciones como la familia, el trabajo, el estado o la escuela.
La modernidad se caracterizó, en este plano, por
situar a los niños en la escuela. Se desplaza a la familia como la principal
institución de cuidado y formación de la infancia en favor de la escuela que
dialoga con una visión romántica de la niñez que la identifica con una “época
de la felicidad”, tiempo improductivo centrado en el juego y el estudio (Chávez
& Vergara, 2017). Es en este desplazamiento que se produce el sujeto pedagógico, quien es designado
para que aprenda aquellos contenidos culturales que le permitan vivir en
sociedad. La gran transformación en el orden generacional moderno es el binomio niño-alumno
que viene acompañada de la emergencia de
campos de producción científica especializados en la niñez (biología,
psicología, pedagogía).
El siglo XX refuerza
al sujeto pedagógico como materialización de los derechos de la niñez. Durante
ese siglo se buscó erradicar el trabajo infantil y promover la escolarización
en el lenguaje jurídico de los derechos fundamentalmente negativos (no ser
vulnerados, explotados, mantenidos en la ignorancia) pero también positivos
(identidad, creatividad, expresión, autonomía progresiva). A partir de la
Segunda Guerra Mundial se justifica la inversión en escolarización (Wintersberger, 2006) sobre la base de la idea de
“solidaridad y justicia intergeneracional”. Lo interesante de este argumento es
que comporta nociones de justicia (los niños no deben trabajar), de derecho
(los niños tienen derecho a estudiar) y económicos (la educación de los niños
es una inversión que en el mediano y largo plazo retribuyen haciéndose cargo de
las generaciones más viejas). Así, en las últimas décadas del siglo XX, el discurso institucional de la niñez funciona como
un vínculo entre escolarización y crecimiento económico, al mismo tiempo que se
profundiza en las ideas de niños y niñas como sujetos de derecho. En síntesis,
la modernidad sostiene la “incompletitud”, inexperiencia e inocencia de la
niñez (Pinau, 1999). De ahí la urgencia por situarla
en la escuela. Desde una lectura crítica se puede señalar que la modernidad
construye un régimen disciplinario y normalizador de la niñez “fijando los
atributos de sus respectivos regímenes de saber y poder con los que también
legitimaron sus intervenciones para criar, educar, proteger, controlar,
vigilar, asistir, prevenir, castigar o tutelar la condición de la niñez”
(Espitia Vásquez, 2006, citado en Chávez & Vergara, 2017).
En nuestra reflexión sobre las subjetividades de niños
y niñas del Chile contemporáneo encontramos los aspectos estructurales del
orden generacional moderno. Es un orden sincrónico e invariablemente adultocéntrico, definido por y desde racionalidades
adultas. Las políticas de la niñez buscaron la concreción del sujeto pedagógico
mediante la escolarización obligatoria de niños y niñas. Todo esto se ha realizado
en el marco de la promoción de los “derechos del niño”. Ahondamos en este
proceso en el siguiente apartado que examina los procesos históricos que dan
forma a la escuela chilena.
En el orden generacional chileno hay trazas de muchos
de los discursos anteriormente presentados. Nos centraremos, y este será el
ámbito de nuestra pesquisa, en un desplazamiento reciente que se relaciona con
las características en extremo mercantilizadas del sistema educativo chileno. Vemos
que lo particular del proceso es que, en el caso chileno, se instituye un
discurso en que la noción de derecho aparece vinculada a la de calidad, y éste
vinculado a los resultados de pruebas estandarizadas, por lo tanto, dejamos
aquí nuestras primeras interrogantes, en este escenario ¿Qué se espera y
pretende estimular, en la subjetividad de los/as niños/as?
Escuela Pública y Estado Neoliberal
Los primeros pasos en la construcción de
sujetos pedagógicos se remontan a 1860, con la Ley de Instrucción Primaria que
señala al Estado como garante y principal sostenedor de la educación. Mediante
esta ley se institucionalizó la escuela nacional; se establecieron cursos
mínimos, niveles de aprendizaje y sistemas de evaluación. Este proceso culmina
el año 1920 con la promulgación de la Ley de Instrucción Primaria Obligatoria.
Para 1927 cerca de un 30% de niños y niñas en edad escolar se encontraban fuera
del sistema educativo. Por esa razón se crea el Ministerio de Educación Pública
cuyo rol fue velar por el aumento de la cobertura educativa y dar mayor
autonomía al sistema educativo existente. Durante los veinte años posteriores,
la educación en Chile experimenta un aumento en la cobertura y se generan
procesos de descentralización de escuelas y liceos a nivel nacional. La reforma educativa realizada el año 1964
distinguió educación básica de ocho años y educación media de cuatro años. En
este mismo contexto de expansión y articulación del sistema educativo, se crea
la Prueba de Aptitud Académica como instancia de selección y acceso a la
educación superior.[1]
El golpe militar de 1973 en Chile no altera
el objetivo de escolarización masiva de niños, niñas y jóvenes. Sin embargo, el
contexto neoliberal en que se desarrolla significó un cambio radical en la
gestión de las escuelas. En otras palabras, se mantiene el ideal del sujeto
pedagógico al mismo tiempo que el orden generacional se transforma producto de
la mercantilización de la escuela. Alfredo Prieto, ministro de educación de
Pinochet y artífice de las reformas al sistema educativo de los años 80, señaló
respecto al acceso y creación de establecimientos educacionales:
el Estado debe ir
creando los establecimientos educacionales que sean necesarios cuando no hay
quien preste el servicio de la educación y es deber del Estado velar porque los
padres puedan hacer efectivo el derecho a escoger el establecimiento donde sus
hijos puedan estudiar, lo cual implica facilitar los mecanismos que permitan la
creación de establecimientos educacionales (Prieto, 1983, p. 13).
La creación de establecimientos educacionales
quedó abierta al incentivo de lucro en la educación, instituyéndose las
“escuelas particulares subvencionadas”[2] que, a
partir de dineros públicos, absorbieron gran parte de la matrícula escolar. Con
la promulgación del Decreto
con Fuerza de Ley N° 1-3.063 de junio de 1980 se definió el traspaso de las
escuelas y liceos fiscales desde el Ministerio de Educación a los municipios. A
través del Decreto Ley 3476 de septiembre del mismo año se creó el régimen de
subvención escolar que transfiere recursos a las escuelas según el registro de
asistencia de estudiantes.
Así, las
transformaciones llevadas a cabo dan cuenta de la desarticulación de un sistema
educativo estatal (Castro, 2012b), a partir de la emergencia de microsistemas
educativos a nivel municipal y, en algunos casos, a nivel de sostenedores
privados específicos que dieron lugar a redes de escuelas más o menos
articuladas entre sí. Algunos autores
señalan (Castro, 2012a; Ruiz, 2010) que la transformación estructural detonada
a comienzo de la década de 1980 tuvo como consecuencia para las instituciones
escolares que estas se transformaran en “actores” de un mercado. En tanto
participantes de ese mercado, se vieron compelidas a competir por matrícula y
recursos económicos que les dieran sostenibilidad en el tiempo. Asimismo se
podría enumerar un largo listado de incentivos creados a la competencia entre
instituciones, tales como la jerarquización de la calidad de su oferta a través
de los resultados de la Prueba SIMCE o el copago como mecanismo de mejora (y
segmentación) de la oferta institucional, donde el Estado se configura
fundamentalmente como un actor garante del derecho a la educación y solo posee
un rol de fiscalizador de los procesos de carácter administrativo del uso de
los fondos públicos transferidos. De este modo, podemos constatar que las
principales estrategias desde el Estado vinculadas al ámbito educativo, y que
se refuerzan en la transformación neoliberal, se caracterizan por enfatizar el
gerenciamiento y administración de los “servicios” educativos, así como por
aumentar y evaluar las competencias de las escuelas, a través de la medición de
los aprendizajes tanto para los establecimientos educativos, como para los
estudiantes.
Con el retorno a la democracia se intenta
retomar el binomio derechos del niño/sujeto
pedagógico. La Convención de los Derechos del Niño y la Niña es ratificada en
el año 1989. Este documento consagra a nivel legislativo la defensa de la niñez
según cuatro principios fundamentales: no discriminación, el interés superior
del niño, su supervivencia, desarrollo y protección, así como su participación
en decisiones que les afecten (UNICEF, 2014). Los instrumentos para
materializarla se darán en lógica neoliberal; por ejemplo, la Subvención
Escolar Preferencial (Ley 20. 248[3] del año
2008).
Asimismo, desde el año 2012 se contemplan
incentivos al logro escolar, a través de un subsidio a los estudiantes con
buenas calificaciones que provengan de familias con bajos ingresos. Esta ley
también contempla el pago por asistencia a clases en el caso de familias con
índices altos de vulnerabilidad (Ley 20.595). Del mismo modo, las mejoras de
cobertura y retención son promovidas por la Junta Nacional de Jardines
Infantiles a través del apoyo en material escolar, subvenciones de transporte,
alimentación y la implementación de beneficios y becas para los sectores más
vulnerables a través de la Ley 20.955 del año 2016.
Toda la experiencia de la niñez ha sido reorganizada
como un espacio de consumo/ejercicio de derechos mediante una oferta
especializada (Minzi, 2006). Está tensión, sin
embargo, tiende a pasar por alto otra dimensión en torno a la cual hay consenso
transversal y se concibe como un ámbito técnico. Nos referimos a la ampliación
de los dispositivos evaluativos de/en las escuelas. La tensión no es
inmovilizante, sino que tiene un espacio de crecimiento y colonización que
resulta en una trasformación radical del orden generacional y el sujeto pedagógico,
a partir de la expansión de los dispositivos evaluativos.
Escuela Evaluada
Este apartado recorre la diacronía reciente
del sistema educativo en su dimensión evaluativa, para distinguir
transformaciones del sistema escolar y su dispositivo evaluativo Interesa dar
perspectiva a los cambios económicos y socioculturales que anteriormente
analizamos para sugerir lo que parece haber sido un cambio de paradigma de la
escuela.
En 1988 el Misterio de Educación creó el
Sistema de Medición de la Calidad de la Educación (SIMCE). Entre sus objetivos
centrales destacaba: Estimar la
calidad de la educación impartida en cada establecimiento educacional; comparar
dichos resultados, buscar los factores explicativos y evaluar los resultados de
los programas pedagógicos (Bravo,
2011). En sus inicios, su principal aporte refiere a la focalización de
recursos a través de resultados[4]
y dar continuidad y legitimidad al sistema de evaluación; pues dado el axioma
de recursos escasos en educación, la forma de gestionar los recursos invertidos
será la evaluación. Se define así una
arquitectura institucional educativa como administración del rendimiento
académico que sustentará la relación estado-escuela durante los próximos
treinta años.
Posterior al periodo de instalación señalado,
se inicia entre 1998 y 2000 una etapa de “Sincronización y pruebas
internacionales” (Insunza, 2015) referente a la adscripción a organizaciones y
sistemas de medición educativa de carácter internacional. Por causas externas e internas que explican
este proceso como las recomendaciones de organismos internacionales, que
invitan a
los gobiernos a
establecer estándares educacionales claros, introducir pruebas a nivel nacional
y utilizar los resultados para corregir los programas y reasignar los recursos.
Y que las naciones de América Latina y el Caribe deben hacer que sus
estudiantes participen en pruebas a nivel internacional para poder comparar la
calidad de sus escuelas con la de otros países (Ferrer, 1999, p. 3).
Esto significará la
comparabilidad internacional de las evaluaciones a las que se somete el país.
Hay en este nivel un ámbito que destacamos para el desarrollo de nuestra tesis[5]:
La evaluación educativa en Chile es siempre evaluación relativa respecto de los resultados de otros países, presentados
usualmente en la forma de rankings internacionales. Este factor define cierta
geopolítica global de gestión y operación del sistema escolar cuyos efectos en
Chile pueden distinguirse con claridad.
Desde 1990, se crea la Unidad de Inspección de la Subsecretaría de
educación, que entre los años noventa y primer decenio del 2000 supervisó el
cumplimiento de normativas de uso de recursos y para el ordenamiento legal de
establecimientos educacionales y sostenedores y de fiscalización in situ de
escuelas. Paulatinamente estas instituciones de evaluación y control se propagan al interior del sistema
educacional chileno: el año 2003, la Comisión para el Desarrollo y Uso del
Sistema de la Calidad de la Educación, elabora un diagnóstico sobre el sistema
nacional de evaluación para proponer mejoras en su impacto sobre los
aprendizajes (Meckes, 2003). Sus resultados plantean
al SIMCE como prueba
que posee legitimidad a nivel metodológico y credibilidad respecto a los
actores educativos (Mineduc, 2003). Y sugieren en concordancia con OCDE (2004),
aumentar la periodicidad de las evaluaciones y reportar resultados a las
comunidades educativas respecto a o estándares de desempeño, para dar mayor
utilidad pedagógica a estos resultados. Por consecuencia, el modelo evaluativo
se expande, con mayor número de evaluaciones de carácter nacional con pruebas
SIMCE en más niveles educativos (2º,4º,6º,8º básico,
2º medio) y se amplía la cantidad de asignaturas evaluadas (Lenguaje,
Matemáticas, Inglés, TIC, entre otras).
Este modelo entra en crisis el año 2006, con
las movilizaciones estudiantiles secundarias en la llamada revolución pingüina[6]: Se modifica la legislatura educativa
chilena para mejorar la calidad de las escuelas a través de nuevas
institucionalidades: El artículo 7 de la Ley General de
educación señala:
El Ministerio de Educación y la Agencia de Calidad de la Educación
velarán, de conformidad a la ley, y en el ámbito de sus competencias, por la
evaluación continua y periódica del sistema educativo, a fin de contribuir a
mejorar la calidad de la educación” (Ley N°20370, 2009).
Su objetivo será: “Asegurar el acceso a una educación con
equidad para todos los estudiantes del país, mediante la evaluación integral,
la fiscalización pertinente y el apoyo y orientación constante a los
establecimientos”.
Parte de este propósito se ejecuta el año
2011, con la creación del Sistema de Aseguramiento de la Calidad, que comprende
las siguientes instituciones: Agencia de la Calidad, como organismo que
centraliza las evaluaciones del sistema educativo chileno y propone nuevos
instrumentos evaluativos; Superintendencia de educación, como encargado de “fiscalizar la legalidad del uso de los recursos de los
establecimientos que reciban aporte estatal” (Ley 20.529, 2011); Consejo Nacional de Educación como
unidad orientada a la revisión curricular y del Plan Nacional de Evaluación. Este sistema busca generar un modelo que evite el mal uso del
financiamiento entregado a las escuelas desde el Estado y controlar el
ejercicio de las normativas asociadas a convivencia escolar y administración
del sistema educativo.
Si bien durante el presente decenio se han
reducido el número de pruebas SIMCE por nivel y frecuencia de aplicación. Se
han establecido nuevos ámbitos de evaluación antes no considerados, como
Indicadores de Desarrollo Personal y Social complementarios a los resultados
SIMCE, e instituido la Evaluación Progresiva como medición anual de
aprendizajes de estudiantes. Así, se mantiene la práctica evaluativa y
estandarización, desde la necesidad inicial del logro y desempeño, hasta una
visión de la evaluación referente a la integralidad de los aprendizajes
entregados.
Este dispositivo evaluativo se consolida el
2017 con la implementación del
encasillamiento de escuelas a través de la creación de cuatro categorías de
desempeño: Alto; Medio; Medio-Bajo e Insuficiente, basado en una evaluación integral de los resultados de
los estudiantes a través de pruebas
SIMCE, distribución de los resultados de los alumnos en relación con los
Estándares de Aprendizaje, indicadores de progreso y el grado de cumplimiento
de los Otros Indicadores de Calidad Educativa aprobados por el Consejo Nacional
de Educación en conjunción a variables sociodemográficas que permitan comparar
de manera contextual a los estudiantes (MINEDUC, 2014).
Este tránsito muestra una re-especificación
de los discursos dominantes del orden generacional que expusimos en los
apartados anteriores. La niñez como sujeto de derecho -que se ejercen en la
forma de sujeto pedagógico- se reformula en términos de una niñez sujeta al derecho en condiciones de evaluación
permanente, bajo criterios de imparcialidad y criterios de eficiencia del
mercado. La evaluación no solo es
recomendable; constituye posibilidad del derecho a una “educación de calidad”.
En términos concretos, ¿en qué se ha
traducido está instalación y propagación de la evaluación en la escuela?
El currículum nacional se encuentra casi en
su totalidad dispuesto en términos de aprendizajes sujetos a evaluación. Cada
nivel educativo ha establecido instrumentos e indicadores. Son los llamados
“estándares de aprendizaje” cuyos resultados se miden a nivel agregado como
resultados por escuela. Para el nivel básico, se categoriza el grado de dominio
de los aprendizajes demostrado por los estudiantes en las pruebas SIMCE y
establece niveles de aprendizaje Adecuado,
Nivel de Aprendizaje Elemental y Nivel de Aprendizaje Insuficiente” (MINEDUC, 2014).
Al nivel secundario, la principal evaluación
es la Prueba de Selección Universitaria (PSU) como prueba estandarizada de
carácter voluntaria pero que se presenta como requisito para ingresar a las
universidades que reciben financiamiento estatal. De acuerdo con estos
resultados, se puede acceder a carreras e instituciones que filtran su acceso
según puntaje obtenido y demanda de estudiantes por disciplina e instituciones,
replicando la lógica evaluativa, como mecanismo de repartición de
oportunidades.[7].
La centralidad de los resultados SIMCE y PSU
ha reforzado el efecto de competencia por establecimientos. La sociedad
responde a esos indicadores que son publicados cada año en forma de rankings[8].
La primera forma de abordar estos problemas ha sido mejorar la preparación y
los procesos de aprendizajes que se miden y aumentar horas destinadas a la
enseñanza de lenguaje y matemáticas: El año 2012 el decreto No. 2960 estableció
una distribución horaria de ocho horas semanales obligatorias de lenguaje y
matemáticas, cifra superior a la carga horaria de todas las asignaturas
restantes y sugiere el uso de las horas de libre disposición a reforzar estos conocimientos (Unidad
de Curriculum y evaluación, 2011).
Una forma de afrontar los efectos
segregadores del sistema educativo[9]
que disminuyan los efectos de selección y segregación sobre los estudiantes, es
la creación en el año 2011 , del ranking
de egreso (CRUCH, 2018) que complementa los resultados de la PSU, posicionando
a los estudiantes de una misma escuela según el promedio de calificaciones
escolares (NEM[10]) de los estudiantes en sus últimos cuatro años
(en Chile, Enseñanza Media) y que ajusta el puntaje de ingreso a las
universidades en favor de aquellos estudiantes que según su NEM estén entre los
mejores de su generación (CRUCH, 2018), en otras palabras es un sistema que
reconoce el contexto de aprendizaje de los estudiantes, pero que sin embargo
hace competir entre sus propios estudiantes en función de mejorar su propio
NEM. Otra medida que va en este mismo sentido es la modificación del Decreto
para promoción y evaluación escolar (MINEDUC, 2018), cuyo objetivo es impedir
la no promoción de estudiantes que por sus bajas calificaciones están impedidos
de continuar con los niveles de educación consecutivos. Esta medida se vuelve
ilusoria, ya que crea una imagen de que el camino se hará más fácil sin medidas
de repitencia; sin embargo, como ya hemos explicado la presencia del NEM y la
prueba de selección universitaria que instalada al
final de la trayectoria, es el filtro para seleccionar aquellos más
competitivos de aquellos que no lo son, es decir, la competencia aviva el
sistema y las pruebas son su tecnología.
Otra medida que busca quitarle centralidad a
los estándares de aprendizaje definidos por el Simce, son el Decreto de
Educación Nº 381 del año 2013 que instaló “Otros
indicadores de calidad educativa”, integrados por la Unidad de Currículum y
evaluación del Ministerio de Educación. Que entregan información sobre aspectos
relacionados al desarrollo personal y social de estudiantes,
complementariamente a la información que proviene de pruebas estandarizadas,
ampliando el concepto de calidad educativa Observamos que existe un intento por
ampliar el concepto de calidad referido sólo a resultados de aprendizaje, desde
la adopción de un discurso por la “Calidad Integral”, que se evidencia en la
reciente ley N° 21.040 (2017), que promueve un “Sistema de Educación Público”,
que promueve la “inclusión de aprendizajes de desarrollo cognitivo,
psicoemocional, desarrollo del proyecto de vida de los estudiante”.
Deductivamente, podemos entender que el
sistema educativo chileno ha cedido espacio a sistemas de evaluación
estandarizada, por factores internacionales e internos (gestión neoliberal de
la educación), y en la actualidad se encuentra atravesado por prácticas
instrumentos, indicadores, calificaciones y rankings que constituyen una forma
-por derecho propio de gestionar la educación. Está situación autoriza utilizar
la noción de Estado evaluador (Elliot, 2011) para describir el sistema
educacional chileno caracterizado por una relación natural entre poder político y prácticas evaluativas cuyo efecto es
instaurar un régimen de control del sistema educativo.
Una parte de nuestra investigación se basa en
una revisión cronológica de las evaluaciones estandarizadas entre el periodo
1968 – 2016. A partir de esta sistematización es posible distinguir cuatro
etapas de transformación: desde 1968 al 1988, se encuentran mediciones
asociadas a rendimiento nacional en virtud de medir conocimientos de fines de
ciclo: educación básica y acceso a educación superior. Una segunda etapa, de
1994 al 2003, período que expande la adopción de pruebas internacionales para
medir de conocimientos en diversos campos educativos. Entre los años 2004 al
2015, la expansión de evaluaciones aumenta a nivel interno, a través de mayor
frecuencia de SIMCE y ampliación a un mayor número de niveles educativos. Finalmente,
desde el año 2015, se observa la consolidación de un sistema integral de
evaluaciones, que reduce el número de evaluaciones estandarizadas, pero aumenta
su campo de acción a través de medir aprendizajes integrales referentes a
dimensiones de desarrollo personal y social.
De acuerdo al ejercicio de revisión
propuesto, podemos observar que estos dispositivos y técnicas evaluativas, se
cristalizan como sistema de control que abarca la mayoría de los campos de la
institucionalidad educativa, como herramientas discursivas que transforman la
subjetividad de estudiantes por medio de la dominación de la mayoría de los
campos de desarrollo de la niñez, para establecer la competencia y del tránsito acelerado, a
través de distintos mecanismos de
evaluación que producen iteraciones de
la experiencia evaluativa y la convierten en una experiencia constante de
entrenamiento y preparación.
En este escenario planteamos la pregunta
¿cómo niños y niñas van construyendo subjetividades en este juego de ser
designados como sujeto pedagógico? Sin duda hay elementos como los señalados
por Tomas Sánchez (2008): La
evaluación se ha constituido en estrategia de producción de saber y verdad, en
dispositivo de poder, de disciplinamiento, normalización
y control; y, en tecnología para la gestión y el agenciamiento de sujetos,
instituciones proyectos, procesos, acciones, políticas. La evaluación como dispositivo ordena y re
normaliza al sujeto pedagógico en sujeto de evaluación. Este planteamiento, por si
solo, obligaría a reconocer que en la escuela operan
dos fuerzas, en contradicción. Una centrifuga, disciplinante, que selecciona a
los mejores y expulsa a los fuera de los márgenes de la escuela. Y otra fuerza
centrípeta, que quiere mantener e integrar a todos dentro de la escuela. Se trataría entonces un problema de
correlación de fuerzas, En nuestra perspectiva, para entender la subjetividad
de niños y niños en la escuela, es decir su configuración, gestión, pero
también capacidad de agenciamiento y performatividad, debemos invertir la
cuestión y ver a ambas fuerzas trabajando juntas.
Niñez Evaluada
En este apartado exploramos la relación entre
evaluación e infancia desde dos perspectivas que apuntan hacia un mismo efecto:
la homologación entre subjetividades propias de la niñez y las subjetividades
propias de la vida adulta. La primera perspectiva es la entrada el sistema
escolar; encuentro con un sistema educativo que tiene un conjunto de normas prácticas y
significaciones asociadas a las calificaciones escolares que definen la forma
en que cada niña/o transitará en una trayectoria que va de los seis a los dieciocho años de edad. Es un
itinerario donde se transformará en un ciudadano ciudadana pleno de derechos.
Este sistema evaluativo orientado a jerarquizar y seleccionar estudiantes se
convierte rápidamente en un aviso que repite a los niños y niñas “dejen de
jugar y pónganse a trabajar”. La segunda perspectiva apunta a la percepción que
construye cada niño/a sobre sí mismo/a a través de
las notas escolares y la pregunta que estas construyen: “¿Qué dicen de mí esas notas?”. Es decir, cómo estas calificaciones
producen un tipo de verdad que mueve a los sujetos ya no solo en los contextos
de encierro escolar, sino que, más bien, se sitúan como axiomas que guían la
vida que conectan con otras verdades adultas como aquella de “Usted es
empresario de sí mismo”. Creemos que este proceso ha ido sepultando desde muy
temprano las subjetividades de la niñez, en cualquiera de sus modelos
descritos: la ingenua, la que necesita protección, las subjetividades
infantiles del juego y la risa, la de aprender y ser buenos compañeros.
Como señalamos en los apartados anteriores, la
escolarización masiva de niños y niñas ha sido el propósito fundamental del
estado desde principios del siglo XX. Es en ese sentido que se ha comprendido
el derecho a la educación de niños y niñas en Chile. Según cifras del último
censo nacional, el porcentaje de niñas y niños participantes de la educación
básica corresponde al 94% (MINEDUC, 2014)[11].
Ingresar a la escuela en Chile es sin duda el principal proceso de
socialización e institucionalización de normas prácticas y significados
sociales y culturales, tanto o más que los procesos de esa naturaleza que dan
al interior de las familias. Nos interesa acá insistir en los efectos de la
escolarización masiva sobre la subjetividad de niños y niñas. Coincidimos con Lareau (2011)[12]
en que el paso de la familia y escuela constituye una especie de correa de
transmisión que transforma el habitar de los niños y las niñas producto de los
procesos de escolarización.
Nos preocupa en particular como
la subjetividad de niños y niñas es conducida por una cultura escolar que
impone, a través de distintos medios de buen encauzamiento (Foucault, 2008); un
conjunto de significados que son ajenos a sus propias formas de vivir la niñez,
para convertirlos, cada vez más tempranamente, en pequeños seres responsables
de sus deberes escolares. Lo novedoso, no es la configuración adultocéntrica de este proceso, si en el modo acelerado de tránsito
hacia la adultez. Modo que procura
limitar y desdibujar las formas infantiles de ser y vivir el tiempo.
Sabemos que la escuela es
productora de una cultura de excelencia (Perrenoud, 2008) que fabrica el éxito
y fracaso escolar y que este proceso va penetrando rápidamente en la vida
escolar de niños y niñas. Pensamos que esta construcción de la calificación en
la escuela socialmente será funcional fuera de ella. Por ejemplo, niños y niñas
van comprendiendo (la escuela y las familias insisten en ello) que esa
calificación marcada en rojo y puesta en un círculo sobre el costado superior
derecho de su trabajo/examen tendrá consecuencias fundamentales e irreversibles
sobre su futuro. Al igual que el trabajo recompensado de la vida adulta, para
niños y niñas la vida escolar es el trabajo retribuido por una calificación. De
esta manera evaluación, opera sobre sus cuerpos y produce clasificaciones y
distribuciones; por ejemplo, entre el grupo de amigos. Entre quienes solo hace
unos meses fundaban sus relaciones en el juego, la exploración y el
aprendizaje. La evaluación produce entre ellos calificaciones, clasificaciones
y distribuciones:
cualesquiera
que sean las razones por las cuales la escuela establece las jerarquías de
excelencia, es preciso percatarse de que fabrica una realidad nueva, que
provoca en los alumnos una serie de juicios que confieren a las desigualdades
reales una significación, una importancia y unas consecuencias que no
existirían si no fuera por la evaluación (Perrenoud,
2008, p. 17).
Resulta necesario hacer un
contrapunto en esta parte y volver a la diacronía del orden generacional
chileno. La Convención de Derechos del Niño, suscrita en 1990 señala en el
artículo 28 que: “Todo niño tiene derecho a la educación y es obligación del
Estado asegurar por lo menos la educación primaria gratuita y obligatoria. La
aplicación de la disciplina escolar deberá respetar la dignidad del niño en
cuanto persona humana”. Y en el artículo 31 que: “Los Estados partes reconocen
el derecho del niño al descanso y el esparcimiento, al juego y a las
actividades recreativas propias de su edad y a participar libremente en la vida
cultural y en las artes” (UNICEF, 1990). El contrapunto está entre la
concepción de la niñez presente en la convención y la que hoy opera en el
sistema escolar chileno. En la primera se habla de un modo de ser “propio de la
edad” donde el juego y el esparcimiento tienen un rol central. La vía chilena a
los derechos del niño parece insistir en los primeros enunciados -asegurar
educación obligatoria- y dejar los otros aspectos disponibles a una
interpretación más pragmática y funcional.
Observamos, entonces, que la escolarización ha desdibujado la
experiencia del juego, el esparcimiento e incluso del arte y otras formas de
acercarse a las formas propias de la niñez. No los ha eliminado; más bien las
ha reconfigurado según los requerimientos de la escuela moderna y en ese
proceso ha hecho girar la correa transportadora hacia la adultez. Como señalan Chávez
y Vergara (2017) la nueva noción de “juego” en el aula es reflejo de aquello:
el
juego como actividad con valor productivo, como herramienta de aprendizaje, y
central para el normal desarrollo cognitivo, biológico y social de los niños,
evidencia el predominio de una perspectiva adulta sobre esta actividad. Tal
perspectiva está atravesada no solo por discursos psicoevolutivos, sino también
por nociones propias de un sistema social y económico en el que solo el
“trabajo productivo”, orientado a la consecución de ciertos “logros”, tiene un
valor para el desarrollo adecuado del sujeto (p.84).
Una forma concreta de entender
este fenómeno es la modificación del tiempo de la niñez en el contexto del
tiempo acelerado de la administración del tiempo escolar. La relevancia de la
planificación de clases para dar cumplimiento a las evaluaciones fijadas por
semestre es un ejemplo de ellos, la vida escolar se planifica conforme a esta
administración del tiempo, que es ajena a la forma en que se vive el tiempo en
la niñez. En el camino parecen rúbricas y escalas de apreciación que integran
la dimensión temporal del trabajo escolar como una forma de reconducir el
tiempo de niños y niñas hacia formas adultas del tiempo. Esta tecnología hace que niños y niñas toman
conciencia de “terminar en el tiempo adecuado” y “trabajar sin interrumpir el
trabajo”. La evaluación no solo es una tecnología para clasificar, sino también
es un medio para transferir una racionalidad, de subjetivar la experiencia de
la niñez en un modo que acelera el tránsito a la adultez. La vida en la escuela
es tiempo de pruebas como señala Stobart (2006), un
tiempo acelerado para construir adultos. Por otra parte, planteamos que las
calificaciones son a la vez una forma de autoconocimiento, y un principio desde
el que comenzamos a ser. Las calificaciones escolares se convierten en una
verdad orientadora de la subjetividad del niño y la niña. No como verdad
revelada[13],
hablamos de una verdad que une conocimiento de sí y voluntad[14]
que por lo tanto impulsa y mueve a completar tareas a tiempo y estar listos
para el próximo desafío. Por tanto, miramos con sorpresa esta “gerencia de la
infancia” que estructura la relación entre niñez y adultez, por ello hemos
señalado que lo distintivo de este momento es como se desdibujan los limites
epistemológicos entre la infancia y la vida adulta, destacando lo acelerado del
tránsito a la adultez.
Palabras Finales. Acerca de los Futuros de la Niñez
A lo largo del artículo, se ha
revisado la estructuración de la niñez siguiendo un orden generacional donde la
constitución de la niñez se ha realizado a espejo de la generación adulta,
plantemos que esta estructuración no está ajena a un orden externo orientado
por intereses del mercado, produciendo un orden generacional propio del
ordenamiento neoliberal. En otras palabras, la estructuración subalterna de la
niñez a la generación adulta no escapa a la estructuración de la vida en
general que se enmarca entre valores como la productividad, la competitividad y
la maximización del individuo.
Entendemos también que esta
estructuración tiene como dispositivo a los sistemas educativos que han
señalado a los niños y niñas como sujetos pedagógicos volviéndolos objetos del
mercado educativo. A la par, se observa que la evaluación a través de sus
pruebas al interior de los sistemas educativos aparece como técnicas para
determinar la posición y función de los niños y niñas, situación que condiciona
el flujo por la trayectoria escolar de cada niño y niña. A la vez observamos que en esta trayectoria, la evaluación va estructurando la
experiencia, bajo el mecanismo de repetición y estructuración del tiempo
escolar, agenciando un modo de ser en la escuela que acelera el proceso de
transito de una generación a otra. En el mismo sentido, las evaluaciones se convierten
en una mirada de sí mismo que compromete a los niños a gerenciar su propio
éxito y fracaso.
En esta lógica, observamos como
alternativa respetar la subjetividad de la niñez la cual tiene procesos
propios, formas alternativas a las descritas. Como muestran Chávez y Vergara
(2017) los discursos de niños y niñas en Chile muestran una tensión respecto de
su concepción del tiempo y la de los adultos. Aquellos, “contravenían la
racionalización moderna del tiempo como un devenir o flujo que avanza
indefinidamente hacia adelante y que va del pasado al futuro, en una progresión
que conlleva pérdida y mutación” (p. 55).
En este sentido sería una buena
apuesta repensar el dispositivo y sus técnicas, en esta línea reconsiderar las
finalidades que impone la evaluación de altas consecuencias puede ser un camino
que abra el espacio al aprendizaje de los niños y niñas en contextos de
compañerismo y no competencia, buscando convertir a la evaluación en un puente
hacia el aprendizaje (Wiliams, 2013). Reconocemos que
esta interpelación es parte de un planteamiento político que debe asumir el
campo de la evaluación en particular y la pedagogía en general, tal como lo
plantea Gysling (2017), desde la formación inicial en
evaluación educativa, ¿la evaluación puede ser justa?, creemos que el reconocimiento
de las subjetividades no subalternas, puede ser un planteamiento que nos ayude
a disminuir estas asimetrías y nos entreguen posibilidades de reconocer a los
niños y niñas como sujetos políticos, actores y no objetos pedagógicos.
El sistema educativo debería tener como
orientación la construcción de subjetividades más justas y libres en base a un
dialogo intergeneracional permanente y vinculantes, y la evaluación en
particular considerar la mirada de los estudiantes (Hidalgo, 2018), en nuestra
opinión, en una dimensión de justicia generacional. Una vía para ello es defender un horizonte
sin evaluaciones con consecuencias no deseadas, donde el juego y el tiempo
libre recuperen su sitial. Desafío político que se hace extensible, a los
adultos, a su propia vida y las subjetividades resultantes.
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[1] Para el año 1967, en el marco de una serie
de reformas en la sociedad chilena, especialmente en el ámbito de la niñez,
destaca la creación de instituciones que aportan a la mejora de cobertura
educativa: la Junta Nacional de Auxilio Escolar y Becas, encargada de colaborar
en los procesos alimenticios y apoyo material a los estudiantes en las
escuelas, y la Junta Nacional de Jardines Infantiles(JUNJI), institución creada
con el propósito de iniciar la extensión de la cobertura educacional a los
niveles pre-básico y de cuidados iniciales de niños y niñas, con el fin de
complementar el mayor acceso al sistema educativo, la mayor cobertura de este y
la permanencia de niños y niñas en el sistema educativo.
[2] Las escuelas particulares subvencionadas refieren a un
modelo de administración educativa privada que cobra a los estudiantes, pero
que a la vez recibe fondos públicos a través de un voucher o “cupón” que se transfiere a las familias por medio de los
estudiantes, y la matrícula y asistencia de cada uno de ellos al
establecimiento. El propósito
de este mecanismo es “promover la competencia entre las escuelas con
financiamiento fiscal —tanto públicas como privadas— para atraer y retener
alumnos, al hacer depender el ingreso de los establecimientos de la elección
que efectúen los alumnos y sus familias. El objetivo final buscado con esta
competencia es promover una mayor eficiencia y calidad de los servicios
educacionales entregados por dichos establecimientos” (Aedo y Sapelli,2001)
[3] La Ley de Subvención Preferencial es un
convenio entre los sostenedores (administradores) de las escuelas y el
Ministerio de Educación a través de compromisos asociados al mejoramiento de
resultados de aprendizaje de las y los estudiantes expresado en el Convenio de
Igualdad de Oportunidades y Excelencia Educativa que plantea como compromisos
fundamentales: aceptar a las y los alumnos que postulen entre el primer nivel
de Transición y sexto Básico de acuerdo a procesos de admisión, sin considerar
el rendimiento escolar pasado o potencial de las y los postulantes; asegurar
que en los procesos de admisión no sea requisito la presentación de
antecedentes socioeconómicos de la familia del o la estudiante; eximir a las y
los alumnos prioritarios de los cobros referidos a financiamiento compartido;
estos no pueden ser objeto de cobro alguno que condicione su postulación,
ingreso o permanencia en el establecimiento; retener a las y los alumnos, entre
primer Nivel de Transición y sexto Básico, sin que el rendimiento escolar sea
obstáculo para la renovación de su matrícula.
[4] Prueba de esto es el programa P-900, como estrategia de
apoyo técnico y material que inició
MINEDUC en 1990, con el objetivo de mejorar la calidad de los
aprendizajes de los alumnos, en las 900 escuelas con peores resultados SIMCE del
país.
[6] Las
movilizaciones estudiantiles, llamadas “revolución pinguina”, fueron
llevadas a cabo principalmente desde el
año 2001, el año 2006 y 20111 principalmente. Los estudiantes se manifestaron
por derecho a la educación, en respuesta a la privatización abierta e interna
(Bellei, 2015) del sistema de educación chileno. Dentro de los resultados de
esta movilización, se inició una reforma educacional que intentó plasmar a
nivel legislativo, el fin del lucro en el sistema educativo.
[7]La
este fenómeno que se da para los estudiantes con una evaluación de altas
consecuencias, es espejo de lo que ocurre con los docentes. Desde el año 2013,
en marco del convenio tripartito suscrito entre Mineduc, la Asociación Chilena de Municipalidades y el Colegio de
Profesores, se establece una evaluación para todos los docentes del sistema
municipal según los criterios del Marco para la Buena Enseñanza del Ministerio
de Educación a través de entrevista personal,
autoevaluación, informe de referencias de terceros (director
establecimiento, encargado de unidad técnico pedagógica) y portafolio
de trabajo docente.
Posteriormente el "Sistema de desarrollo profesional docente (2016)
implementado a través de la ley 20.903, define la escala de remuneraciones de
acuerdo a distintos tramos de desarrollo
profesional: Inicial, temprano; avanzado;
Experto I y II. A través de un proceso de reconocimiento de tramo a
realizarse cada cuatro años.
[8]
Vea, a modo de ejemplo:
http://www.quepasa.cl/articulo/actualidad/2018/03/ranking-de-colegios-2018.shtml/#
[9]
Dentro de los efectos segregadores del sistema educativo recogidos por
Villalobos y Quaresma (2015), Destacan
la segregación socioeconómica de
estudiantes y de resultados
de escuelas; segregación de estudiantes
a nivel intraescolar; limitaciones en
las posibilidades de elección de establecimientos creándose acceso desigualdad
entre los diferentes grupos socioeconómicos
respecto a la oferta educativa.
[10] Notas de Enseñanza Media (NEM)
[11] El aumento en el gasto en educación en
Chile, que pasa de un 1,5 % en la época de la dictadura militar a un promedio
que va sobre el 4,5% del PIB (CEPAL, 2011), financia, en gran medida, la
implementación de estas evaluaciones.
[12] Lareau (2011), en su obra Unequal Childhoods. Class, Race, and Family
Life (Berkeley: University of California Press), identifica las formas, en
gran parte invisibles pero poderosas, en que la clase social de los padres
impacta las experiencias de vida de los niños. Por ejemplo, muestra cómo en
este momento histórico de plena influencia neoliberal, los padres de clase
media tienden a adoptar una lógica cultural de crianza de los hijos que destaca
el cultivo de habilidades que le pueden ser útiles en la cultura escolar y
laboral. Mientras que en la clase trabajadora y pobre los padres, por el
contrario, no interfieren demasiado en la realización del crecimiento natural
de los niños y niñas, permitiendo la experiencia de largos períodos de tiempo
libre, juegos iniciados por niños, límites claros entre adultos y niños, y las
interacciones diarias con los parientes
[13] Michel Foucault, en último curso de
1979-1980 en el College de France, señala que la verdad cristiana se instala
como una religión de salvación, así la gnosis, conocimiento de una verdad
divina, posibilita la salvación al reconocer que una parte de sí mismo es de
naturaleza divina. Ver más en “Hermenéutica del sujeto” y El origen de la
hermenéutica de sí, conferencia de Dartmouth, 1980.
[14] El tipo de verdad gnómica que planeamos
aquí, no es una verdad que te iguala con otros, sino una verdad que te
distingue y que te hace administrar tu propio futuro. Una verdad que instala
“un modelo del sí mismo gnómico, entonces, el sí mismo, no debe descubrirse
sino constituirse, constituirse por la fuerza de la verdad” (Foucault, 2016,p.56).
Advertimos aquí que este proceso de constitución es en relación a sus maestros,
padres y compañeros, lo que en nuestra perspectiva consolida un modo cultural.