Reporte de caso
Trastorno Bipolar en la Infancia:
Presentación de un Caso Clínico
Bipolar Disorder in Childhood: Presentation of a Clinical
Case
Idermis Rodríguez Martín,
Lisette Pupo González
Hospital
Psiquiátrico Provincial Docente Clodomira Acosta Ferrales, y
Hospital
Pediátrico Provincial Docente Mártires de Las Tunas,
Cuba.
La
correspondencia sobre este artículo debe ser dirigida a Dra. Lisette Pupo
González.
Email: lissette.pupo@yahoo.com
Fecha de recepción: 17 de enero de 2020.
Fecha de aceptación: 26 de febrero de 2020.
¿Cómo citar este artículo? (Normas APA):
Rodríguez Martin, I.,
Pupo González, L., &
Gómez Alí, Y. (2020). Trastorno Bipolar en la
Infancia: Presentación de un Caso Clínico. Revista Científica Hallazgos21, 5(1), 117-126. Recuperado de
http://revistas.pucese.edu.ec/hallazgos21/
Resumen
El
Trastorno Bipolar en la infancia es un fenómeno poco frecuente, que compromete
el bienestar del paciente y la familia en caso de no intervenir con prontitud y
competencia. Por tanto, la manifestación clínica de los niños con posible
diagnóstico de trastorno afectivo bipolar (TAB) es un gran reto para el
psiquiatra infantil. En el presente trabajo se muestra el caso clínico de un
varón de 11 años con dos ingresos seguidos en la sala de Salud Mental del
Hospital Pediátrico Provincial de Las Tunas, durante el año 2019, con cuadros
clínicos opuestos, con un breve intervalo de tiempo entre ambos, con
manifestaciones clínicas peculiares, que se estudió y se trató, respondiendo
rápida y satisfactoriamente al tratamiento, egresándose con el diagnóstico de
trastorno bipolar. Se demuestra así que el TAB pudiera tener una mayor
frecuencia en niños y adolescentes de lo que comúnmente se cree, pero sus
particulares e inespecíficas manifestaciones clínicas hacen que se confunda con
otras entidades psiquiátricas, por lo que es habitualmente subdiagnosticado y
por ende no tratado adecuadamente.
Palabras clave: Trastorno Bipolar; niño;
adolescente.
Abstract
Bipolar
Disorder in childhood is a rare phenomenon, which compromises the well-being of
the patient and the family if they do not intervene promptly and competently.
Therefore, the clinical manifestation of children with a possible diagnosis of
bipolar affective disorder (BPAD) is a great challenge for the child
psychiatrist. The present work shows the clinical case of an 11-year-old male
with two consecutive admissions in the Mental Health room of the Provincial
Pediatric Hospital of Las Tunas, during the year 2019, with opposite clinical
pictures, within a short time interval between the two, with peculiar clinical
manifestations. The patient was studied and treated, responding quickly and
satisfactorily to treatment, leaving with the diagnosis of bipolar disorder.
Thus, it is shown that BPAD may have a higher frequency in children and
adolescents than is commonly believed, but its particular and unspecific
clinical manifestations cause it to be confused with other psychiatric
entities, which is why it is usually underdiagnosed and therefore not
adequately treated.
Keywords: Bipolar disorder; child; adolescent.
Trastorno Bipolar en la
Infancia: Presentación de un Caso Clínico
El trastorno afectivo bipolar (TAB) presenta el hecho
casi único de ser una de las enfermedades reconocibles, tanto en la literatura
poética como médica, desde los primeros tiempos de la historia antigua.
Conocido popularmente como trastorno bipolar y antiguamente como psicosis
maníaco- depresiva, es un trastorno del estado del ánimo, que cuenta con
períodos de depresión repetitivos (fases depresivas) que se alternan con
temporadas de gran euforia (fases maníacas). El afectado oscila entre la
alegría y la tristeza, de una manera mucho más marcada que las personas que no
padecen esta entidad (Alemany, 2015). Ocurre en todas las edades, pero de
manera general, el inicio del TAB tiene lugar entre la adolescencia tardía y la
adultez joven, alrededor de los 25 años.
El trastorno bipolar es uno de los
trastornos mentales más comunes, severos y persistentes. La prevalencia se
estima entre un 0,3% y un 7% de la población general. En los estudios de la
Organización Mundial de la Salud (OMS, 2004) sobre la morbilidad mundial de las
enfermedades, esta alteración ocupa el sexto puesto entre todos los trastornos
médicos.
En Cuba, la incidencia del trastorno
bipolar no tiene elevadas cifras de prevalencia como en otros países; se
diagnostica en proporción aproximada de uno por cada tres o cuatro
esquizofrénicos (González, 2003), representando solo el 1,3 % de discapacidad
por esta causa (Organización Panamericana de la Salud, 2018). No obstante, en
los últimos años se ha experimentado un aumento notable de la incidencia de los
trastornos del ánimo en nuestro país, tanto en la atención a pacientes
hospitalizados como a ambulatorios.
Hasta hace poco tiempo se planteaba que
mientras la frecuencia en el adulto era de aproximadamente entre el 1% y el 3
%, era relativamente infrecuente en la infancia y adolescencia y la mayoría de
las veces se diagnosticaba tardíamente. De hecho, en la actualidad cada día
aumenta la frecuencia en niños y adolescentes, pensándose que la única razón es
la mayor capacidad de los profesionales para diagnosticarla.
Los síntomas del trastorno bipolar pueden
ser difíciles de identificar en niños y en adolescentes ya que con frecuencia
es complejo poder decir si esos altibajos son normales o si son el resultado de
estrés, de un trauma o señales de otro problema de salud mental en lugar de
trastorno bipolar. Esto se debe a que pueden tener episodios de trastorno
depresivo mayor o de manía o hipomanía; sin embargo, el patrón puede apartarse
del de los adultos con trastorno bipolar ya que los estados de ánimo pueden
cambiar con rapidez durante los episodios; además, a los niños que padecen
trastorno bipolar a menudo también se les diagnostican otras enfermedades
mentales asociadas al mismo, como trastorno de déficit de atención con
hiperactividad (TDAH) o problemas de conducta, lo que puede hacer que el
diagnóstico sea más complicado. También es posible que algunos niños tengan,
entre los episodios, períodos en los que no presenten síntomas relacionados con
el estado de ánimo (Vázquez, Artal, & Crespo, 2005).
Los síntomas de este trastorno pueden
causar daño en las relaciones interpersonales, bajo nivel de funcionamiento en
el estudio o en el trabajo, y puede culminar con el suicidio (Vieta & Philips, 2007). No obstante, los pacientes con
esta enfermedad y un diagnóstico oportuno pueden recibir tratamiento y llevar
una vida adecuada y fructífera, con una disminución de la frecuencia, gravedad
y duración de los episodios y disminución del número de ingresos.
Vieta et al. (2018) destacan que la intervención temprana es un paradigma que,
si se aplica adecuadamente, puede salvar vidas y prevenir significativamente
muchas de las complicaciones clínicas y sociales asociadas al trastorno
bipolar.
Los pacientes con un TAB de inicio más
temprano presentan un retraso en el comienzo del tratamiento, síntomas
depresivos más graves y comorbilidad con otros trastornos como los de ansiedad
y los relacionados con el consumo de sustancias.
El curso crónico y el comienzo precoz de
la enfermedad asociados a los diagnósticos errados y tardíos favorecen un
retardo en el inicio de un tratamiento adecuado y por tanto un alto grado de
discapacidad.
No existe una forma de prevenir el
trastorno bipolar. Sin embargo, recibir tratamiento tan pronto aparecen los
primeros signos y síntomas puede ayudar a evitar que el mismo empeore.
Precisamente el objetivo del tratamiento es evitar las recurrencias de
episodios depresivos y maníacos, la reducción de síntomas residuales y la
reducción del riesgo del suicidio.
En Cuba existen escasas investigaciones
relacionadas con esta enfermedad en niños y adolescentes. Teniendo en cuenta la
prevalencia y los resultados de estudios internacionales que plantean que
cuando son diagnosticados tardíamente tienen un mal pronóstico y una peor
respuesta al tratamiento y que sufren un deterioro funcional (American Psychiatric Association, 2018),
se decidió describir las manifestaciones
clínicas y el proceso de diagnóstico y tratamiento de este adolescente con la
intención de demostrar que, contrariamente a lo que se pensaba hasta hace muy
poco tiempo, el TAB sí puede ser frecuente en niños y con el objetivo de ayudar
a elevar el nivel de conocimientos sobre esta afección, facilitando así su
detección temprana que permita un abordaje terapéutico múltiple
(bio–psico–social) oportuno para favorecer la recuperación del menor,
minimizando el riesgo de comorbilidad o las consecuencias negativas en su
maduración, para de esta forma disminuir el sufrimiento que ocasiona para la
familia y para el paciente, así como la discapacidad y los costos a la salud
pública.
Presentación del caso
Se trata de un varón de 11 años de edad que reingresa en el Servicio de Psiquiatría Infanto–Juvenil del Hospital Pediátrico Provincial Mártires
de Las Tunas, sin antecedentes médico–quirúrgicos de interés.
Antecedentes familiares: nada a señalar.
Antecedentes personales: es el menor de
dos hermanos de matrimonio constituido, convive con mamá, papá, abuela materna,
hermana y cuñado, en un ambiente familiar tranquilo y sobreprotector; cursa el
7º grado en la Secundaria Básica Carlos Baliño, con
buen aprendizaje y excelente disciplina; le gusta jugar béisbol y fútbol en su
tiempo libre, y tiene amigos.
Los padres lo describen desde pequeño como
alegre, cariñoso, obediente, respetuoso y estudioso, un poco aniñado,
intranquilo, nervioso, inseguro, muy inmaduro, con buenas relaciones
interpersonales.
Como antecedentes psiquiátricos personales
el paciente había comenzado a recibir tratamiento ambulatorio cinco meses antes
debido a comportamientos extraños (hablaba mucho y solo, no tenía apetito,
dormía poco, se comía las uñas, sentía mucho miedo porque creía que alguien lo
perseguía, descuido de hábitos, se alteraba con facilidad, intranquilo,
repetitivo irritable y con preocupaciones relacionadas con la escuela), según refiere la familia, que fueron
interpretados por el psiquiatra del área como un trastorno de ansiedad.
Desde entonces comenzó tratamiento con Tioridazina (25 mg/día) y Amitriptilina (25 mg en la noche)
con cumplimiento regular, mejorando muchos de los síntomas iniciales,como el sueño, el miedo y los pensamientos
de persecución, pero persistiendo otros, tales como la intranquilidad, la
ansiedad, la verborrea y las preocupaciones escolares, aunque con menos
intensidad. Se incorpora a la escuela hasta finales del mes de abril, cuando
nuevamente lo notan alterado, hablaba sin parar, irritable, disfórico, llegando
a tener un problema con un compañero al cual agredió físicamente, golpeándole
la cara; lloraba con frecuencia, sin motivos. Ya al comienzo del mes de mayo es
traído al Hospital porque estaba muy triste, decaído, dejo de hablar, con
hipersomnia, desmotivado, "sin energía”, con ideas suicidas; dejó de
alimentarse, sin apetito, incluso con nauseas que llegaban al vómito si se le
obligaba a comer; muy quieto, permaneciendo todo el día en cama sin comunicarse
con nadie, lo cual ocasionó su primer ingreso en la sala de Salud Mental,
llevando tratamiento con Imipramina IM (50mg/ día) por tres días, continuando
con Imipramina (25 mg/día) por vía oral, obteniéndose una mejoría rápida del
cuadro. Al alta fue diagnosticado como trastorno
depresivo con indicación de mantener el tratamiento y seguimiento ambulatorio.
Regresa justamente al mes. Los padres muy preocupados porque comienza de modo
agudo con el cuadro actual, “lo vemos muy intranquilo, casi agitado, dejó de
dormir, se baña y se pone la ropa sucia, desinhibido, anda desnudo por la casa,
se mete en casa de los vecinos, habla sin parar, hace chistes, canta, dice que
se siente feliz, pide dinero a personas ajenas a la familia y hasta ha llegado
a coger dinero de casa de una prima, vende cosas muy baratas y compra otras
caras, está muy cariñoso con todo el mundo, se escapa de la casa incluso de
madrugada, regala las cosas, miente”. Previamente al inicio de este cuadro
refieren estabilidad sintomática. No consume alcohol u otras sustancias
psicoactivas.
Al ingreso el paciente se encontraba
consciente, orientado en tiempo y espacio, ausencia de juicio crítico.
Demandante de atención y afecto. Hipertímico casi
todo el tiempo e irritable por momentos. Ante mínimas frustraciones gritaba; se
quería ir del hospital, culpaba a la mamá de “estar preso allí” y le decía que
“no la quería”, sin ansiedad manifiesta. Refería sentirse con mucha energía y
exaltación, manifestando realizar intensa actividad física sin cansarse ni
percibir el riesgo (fugas de la casa a lugares distantes de la misma, sin
informarle a los padres), lo cual sorprendía a su familia, hipersociable,
dadivoso, aceleración del pensamiento, llegando a la fuga de ideas, hiperbúlico, hiperquinético,
apetito exagerado insaciable y voraz, insomnio.
La duración de estos dos episodios fue el
máximo de 5 a 7 días, con un pico en la acentuación de los síntomas alrededor
de los 2 a 3 días.
Las
exploraciones médicas complementarias (ECG, Bioquímica de sangre y orina, TAC
craneal) resultaron normales.
Se realiza diagnóstico de Trastorno
Bipolar I, Episodio actual Maníaco; se suspende el tratamiento previo y se comienza
con Olanzapina y Sales de Litio. El paciente se estabiliza y es egresado.
Discusión
El caso clínico que se presenta cumple los
criterios DSM–V para trastorno bipolar I, episodio maníaco en curso. Sin
embargo, esto es poco usual en la infancia y la adolescencia, etapas de la vida
en las predominan los episodios mixtos y los cicladores
rápidos.
La prevalencia del trastorno bipolar tipo
I se sitúa entre el 0,4 y el 1,6% de la población general, siendo igual para
ambos géneros y entre grupos étnicos. Los episodios de manía son más frecuentes
en varones y los depresivos en mujeres (Martínez, Montalván, & Betancourt,
2019)
En la infancia, contrariamente a lo que
sucede en los adultos, las alteraciones del humor oscilan rápidamente. El niño suele
presentar una mezcla entre los síntomas de manía y depresión, gran
irritabilidad de forma más o menos continuada y permanente.
En los últimos años, a pesar de la
preocupación de los profesionales por el estudio de este trastorno en las
edades pediátricas, aún se carece de investigaciones epidemiológicas serias que
aporten datos sobre la prevalencia real de la patología. No obstante, teniendo
en cuenta lo revisado en algunos estudios realizados con población adulta, se
sabe que el 60% de los pacientes presentan un inicio de TAB antes de los 20 años de edad; el 30% antes de los 13 años y entre el 10– 20%
antes de 10 años de edad (Pedrosa, Torres, González, & Pedrosa, 2015).
Otro aspecto importante a
tener en cuenta durante la etapa infanto juvenil es
la frecuente comorbilidad que presenta.
La Asociación Internacional de Psiquiatría
del Niño y del Adolescente plantea que aproximadamente un tercio de los niños y
adolescentes que han sido diagnosticados de depresión podrían padecer los
síntomas incipientes de un futuro trastorno bipolar. Las sociedades científicas
internacionales nos ponen sobre aviso en cuanto a que se piensa que bastantes
niños con diagnóstico de Trastorno por Déficit Atencional con Hiperactividad,
Trastornos de Conducta y otros cuadros disruptivos son presentaciones, más o
menos insidiosas, de un futuro trastorno bipolar (Diler
& Birmaher, 2018).
Así, los trastornos comórbidos más
frecuentes en la infancia y adolescencia son: TDAH (11– 75%), Trastorno
Negativista Desafiante (46,4– 75%), Trastorno de Ansiedad (12,5– 56%),
Trastorno Disocial (5,6– 37%), Trastornos Generalizados del Desarrollo
(especialmente T. de Asperger: 11%), Abuso de drogas (0– 40%) (Soler et al., 2015).
Nuestro paciente como comorbilidad
presentó un trastorno de ansiedad que fue diagnosticado y tratado por el
psiquiatra del área y que contribuyó a que se confundiera y retrasara el
diagnóstico inicial de la patología de base.
Respecto al diagnóstico diferencial de
este trastorno, las patologías a considerar en la infancia y adolescencia son
las siguientes:
• TDAH: Los niños con TDAH
presentan distraibilidad, excesiva actividad motriz y comportamiento impulsivo
a pesar de posibles consecuencias negativas. Con frecuencia también presentan
sueño reducido o inquieto, verborrea, irritabilidad y otros síntomas similares
a los de manía. En ocasiones resulta un reto diferenciar ambas enfermedades;
sin embargo, la manía se caracteriza por un estado de ánimo elevado, la
expansividad y la grandiosidad, pensamiento acelerado (o fuga de ideas),
disminución del sueño e irritabilidad marcada. La presencia de síntomas antes
de los siete años sugiere TDAH, ya que es menos frecuente (aunque posible) que
la enfermedad bipolar se inicie de manera tan temprana.
• Esquizofrenia: El factor de
confusión lo constituye sobre todo la clínica psicótica, máxime cuando aparecen
síntomas psicóticos incongruentes con el estado de ánimo en pacientes
bipolares. La diferencia fundamental se centra en los antecedentes familiares,
el funcionamiento premórbido, la edad de inicio, la secuencia de síntomas y la
evolución del cuadro.
• Trastornos Generalizados del
Desarrollo: Estos trastornos pueden presentar clínica de irritabilidad,
labilidad afectiva y agresividad, que habría que diferenciar de la manía,
teniendo en cuenta que los episodios de irritabilidad y ataques de ira aparecen
de forma puntual y reactiva a malestar o cambios en su rutina. También es de
gran ayuda para el diagnóstico la edad de inicio del cuadro y los antecedentes
patológicos familiares.
• Abuso de drogas: puede causar
activación, desinhibición y, por tanto, asemejarse a un episodio maniaco.
• Trastorno Disocial: se
diferencia por la alteración del estado de ánimo.
Respecto a la evolución de este tipo de
trastorno, los estudios de seguimiento a largo plazo del Trastorno Bipolar
Pediátrico (TBP), constatan la similitud clínica entre las formas del TBP y del
TB del adulto, confirmando que el TBP es una variante del TB, pero de curso más
tórpido e insidioso, incluso una vez alcanzada la vida adulta.
Si bien en la edad pediátrica la mayoría
de los casos alcanzan la recuperación sintomática, cerca del 70% presentan al
menos una recurrencia en el curso de su enfermedad, siendo frecuente la
presencia de síntomas subsindrómicos entre estas. En
total, más del 60% del tiempo de evolución padecen síntomas de mayor o menor
intensidad, especialmente de características depresivas y mixtas. Parece que el
fenotipo TBP-I se asocia a una mayor cronicidad (Arias et al., 2017).
Se sabe que el trastorno bipolar de inicio
precoz (inicio de 13–18 años) está asociado con mayor prevalencia de síntomas
de ansiedad y abuso de sustancias, más recurrencias, periodos de eutimia más
breves, más frecuentes conductas violentas y mayor incidencia de tentativas
suicidas.
El trastorno bipolar en la infancia y
adolescencia añade a la propia gravedad de la enfermedad una serie de
complicaciones en el proceso madurativo del menor que es importante destacar:
interfiere en el normal desarrollo emocional, cognitivo y social; puede llevar
a dificultades en las relaciones interpersonales (familia, amigos, profesores);
incrementa los problemas de comportamiento (faltas disciplinarias, problemas
legales); suele cursar con mal rendimiento escolar, incremento de
hospitalizaciones, desgaste familiar emocional, mayor prevalencia de consumo de
tabaco, alcohol y drogas e incremento del riesgo de suicidio y tentativas
suicidas (National Institute
of Mental Health, 2014).
Con la llegada de la adolescencia, se incrementa
el riesgo de abuso y dependencia de sustancias y otras conductas de riesgo,
como contactos sexuales y embarazos no deseados, robos o conflictos con la ley.
Aparece, así mismo, el elevado fracaso escolar, múltiples dificultades en la inserción
laboral y grave exclusión social. En sólo un 39% de casos se consigue la
remisión funcional (Yatham, Kennedy, & Berk, 2015)
La evolución de nuestro paciente casi un
año después del alta hospitalaria ha sido tórpida debido a la presencia de
síntomas persistentes. El paciente ha continuado asistiendo en forma regular y
periódica a la consulta externa, constatándose una pobre recuperación
sintomática y funcional, con periodos de ciclación, episodios mixtos y
frecuentes fluctuaciones en la intensidad de los síntomas a lo largo del
tiempo, lo cual ha interferido con la adaptación a la escuela.
Conclusión
El TBP aparece en un momento clave en el
desarrollo y maduración del niño, limitando sus capacidades de aprendizaje e
interacción social. Cuanto antes aparezca el trastorno, más se verá afectado su
desarrollo normal. Sabemos, además, que a cualquier edad y progresando
paulatinamente después de la pubertad, el TBP aumenta el riesgo de suicidio,
homicidio, abuso de sustancias, psicosis, y problemas laborales, académicos y
sociales, y riesgo de embarazo y enfermedades contagiosas sexuales. La rápida
fluctuación en el afecto, acompañada por la presencia de elevada comorbilidad
con otros trastornos y la dificultad de los niños para reconocer y expresar sus
emociones, así como las características específicas de las distintas etapas del
neurodesarrollo, pueden complicar el diagnóstico adecuado del TBP. Sólo la
intervención precoz en estas edades podría disminuir la elevada morbilidad
asociada a esta enfermedad.
Las autoras de la investigación consideran
que, a pesar de la baja prevalencia en Cuba, el impacto psicológico que
ocasiona esta afectación en los pacientes, en su calidad de vida, su bienestar
y en la de sus familiares, merece particular atención de los psiquiatras infantojuveniles,
psicólogos y pediatras. Por tanto, esperamos con esta presentación que hayamos
sido capaces de proporcionar una visión clínica actualizada sobre el
diagnóstico del TAB en los niños, que sirva de herramienta clínica y, a la vez,
de vía de educación para los padres de aquellos niños y adolescentes que
presentan rasgos atípicos en el desarrollo de su personalidad.
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